Desde muy joven pasaba largas horas frente a los
vidrieras llenas de elegantes zapatos. Durante los años había admirado
botas con flecos, plataformas de punteras abiertas, seductores estiletos y
miles de sandalias con tacones altos de todos los colores,
pero sus zapatos favoritos siempre eran los audaces rojos. Resentía los zapatos sobrios, oscuros y
amarrados con cabetes que su mamá le había comprado desde que empezó a caminar
y que ahora todos esperaban que usara.
Hoy de camino a la iglesia, había espiado unas coquetas
sandalias rojas, de fino tacón alto.
Comenzaban en la puntera con esbeltas trabillas que acariciaban el pie contra
la horma y subían hasta ceñir el tobillo con suaves y largas bandas aterciopeladas
que terminaban en borlas que cosquilleaban el pie.
En medio del calor de la
tarde cierra los ojos y se imagina calzando las seductoras sandalias
rojas, mientras baila en un gran salón, dando vueltas bajo
la luz de un gran foco perseguidor. Se desliza sobre sus sandalias
rojas hasta el centro del salón, con la cara iluminada y los brazos extendidos,
comienza a girar en un trance místico hasta quedar sin
aire. Sobresaltado, abre los ojos y siente su cara iluminada por la
brillante espada del arcángel Miguel que lo increpa desde el rosetón de la
entrada principal. Baja la cabeza en sumisión, y se mira los zapatos sobrios, oscuros y
amarrados con cabetes que lleva bajo la sotana.
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