El Príncipe alcanzó el zapato y vio que
era muy pequeño, bonito y de oro. Lo levantó
hasta que pudo aspirar el olor del pie que lo había ocupado. Imaginó como sería besar ese pie perfecto, suave
y blanco, que nacía de un tobillo fino y caía en un talón redondeado y firme, para
levantarse en un arco alto, terminando en un abanico de dedos esbeltos y uñas
luminosas.
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