El joven príncipe encontró el ataúd de
cristal entre la nieve, bajo la sombra del oscuro bosque. Dentro había una joven y tentado por su
hermosura abrió la caja. Con ambas manos
siguió la figura esbelta comenzando por el sedoso cabello negro que le caía por
los hombros. Las corrió por los brazos delgados y esbozó las caderas que se
insinuaban bajo el blanco traje. Las
presionó sobre los muslos fuertes y las piernas firmes hasta llegar a
sus pies descalzos. Con la mano derecha acarició
el contorno entre las piernas. Posó las
manos sobre los cúmulos de su pecho y le acarició la blanca piel del cuello con
los labios.
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